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jueves, 9 de abril de 2020

ASEDIOS DE MINOTAURO






          Asterio Minotauro olvidó cuántas pieles de vida abrigan su soledad, ya no sabe el porqué de las palabras en herrumbre ni la causa de ese verano ocre que le envilece las retinas. Añora su casa (la otra) con pasadizos perplejos  y fértiles laberintos de libros irreales. Recuerda, en difuminados vestigios, la heroica acción que opuso a los soles del mundo, las proezas de certero triunfo personal, la muralla traspuesta donde cayeron los enemigos. Asterio habita, ahora, dentro de un traje único que se refleja en las vitrinas del centro comercial, y su fama mediocre vive de preguntas no correspondidas, “¿me salvarás, me matarás?”. La gente lo elude, con hábil premura, y él llora quizás de cansancio. Aquellas ínfulas de morir con bronca grandeza quedaron a la espera de una argucia de tiempo: ficción trascendente, espada liberadora, internas razones de paz perdurable.
          Antes, cinco o cien años antes (es lo mismo), Asterio dedicaba sus primordiales fruiciones a construir epigramas y a leer infamias cruentas. Sin embargo, ningún pomposo suceso de letras y ardides era capaz de encresparle las sobriedades del alma, pues estaba convencido de que su fraterno victimario llegaría —en el preciso e injusto  momento— para herirlo de radiante posteridad. Se asomaba a la ventana, cada cierto lapso de pupilas gustativas, a fin de actualizar imágenes lejanas: el himen del cielo en pugna con el alto deseo de los edificios, las habitadas ojeras de un cerro estupefacto, el trajín violento de nuestro planeta sublunar. Jamás sintió medulosas ganas de entregarse a los vicios de la multitud (el amor a ciegas o el alcohol a gatas, por ejemplo), y prefería oír el chubasco de la noche desde su fiel encierro. Pero un atardecer de Tauro, la constelación tutelar de su destino, llegó con el viento la casualidad de una hoja de periódico, y Asterio quiso empaparse de las últimas negligencias humanas. Un cronista de costumbres antiguas, suculento en odios y adjetivos, consignaba en un artículo desechable las modernas pesadillas del Centro Comercial Moeris: “Disparate granítico, corolario de la imaginación absurda, juego de envite y holocausto…”. Asterio, con húmedas e inusuales curiosidades, resolvió otorgarse un temerario escape, una escabrosa pausa para visitar al monstruo de lenguas de hierro y cementos en emboscada.