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jueves, 30 de marzo de 2017

POR MENSAJE DE TEXTO DENUNCIÓ A SUS HOMICIDAS



7:30 am. Romualdo Acevedo se despertó porque un sol  picante le interceptó  la ventana.

7:31 am. La ventana de una casa sin número en  el barrio  La Cuchilla, a dos cuadras nomás de la autopista. A tres kilómetros del cementerio y de la estación de policía. Nomás.

7:33 am. Se limpió los ojos con unas manos ásperas, broncas. De albañil raso o de mecánico de autos viejos; es lo mismo a los fines de esta historia de periódico de ayer.

7:34 am.  Fue al baño, mudo como siempre. No había nadie a quien  darle  los buenos días. La esposa era ya una lápida con retrato, y los hijos no habitaban con él. Hace tiempo, el tiempo de estas  épocas. Principios del siglo XXI en los almanaques que obsequian gratis en  la farmacia.

7:40 am. Se afeitó y lavó pacientemente. Paciencia de 69 años y ocho meses, sosiego por convicción, lentitud a causa de la artritis crónica. Se vio en el espejo.
  
7:41 am. El espejo le devolvió una arruga más sobre la frente. Cada mañana verificaba si poseía nuevos surcos: testarudez de la edad. Quizás confirmación de viejas vanidades de galán. Palmaditas sobre las  mejillas.

7:50 am. Se sentó a desayunar. Café sin azúcar, cereal en lugar de pan. Las moscas revoloteaban con furia y hambre. El sol  se había ido del recuadro de la ventana.

8:00 am. Unos pantalones de caqui lo aguardaban. Se los puso junto con la guayabera mustia. Las diligencias tenían relojes precisos, debía acelerar el ritmo.

8:05 am. Sintió, afuera, el ruido de las motos. Y voces que se deslizaban. Y pasos de zapatos de goma. Pero no le dio importancia a esa síntesis de la calle.

8:10 am. Abrió la puerta para enfrentarse a los escalones en descenso. La claridad, enturbiada de polución, lo obligó a cerrar los párpados. Y cuando vio de nuevo, los tres estaban ahí. El Mongo, Willy y Angeldarío.

8:11 am. Los tres con sus motos, los tres y sus perfiles contra el horizonte. “Hola, viejo”, dijo El Mongo (Romualdo no contestó).

8:12 am. Willy y Angeldarío callaban.  Miraban hacia un disimulo de líneas imprecisas.  El viento advertía remolinos desde el cielo.

8:13 am. El Mongo empujó a Romualdo. Todos entraron a la casa.  El Mongo  daba órdenes con los ojos, Willy y Angeldarío obedecían la rutina natural. Asalto sin peligro, estilo libre de azotes de barrio, peaje a cambio de continuar respirando.

8:15 am. Romualdo por fin atrevió las frases, “No tengo plata, llévense lo que quieran”. El Mongo obvió la obviedad y siguió su búsqueda. Willy abrió un escaparate desierto. Angeldarío calculó el precio de un televisor 20´´. Y del equipo de DVD y la cafetera.

8:20 am. El Mongo sentó al viejo en una silla y le amarró las piernas (para evitarle la idea de escaparse). Los otros empezaron a meter los objetos dentro de bolsas plásticas. Blancas, de automercado.

8:25 am. Romualdo, sin esfuerzo, recordó que los tres azotes  formaban parte de la banda “Los Fijos”. Los conocía desde que eran chamos e iban a la Escuela 19 de Abril. Y jugaban béisbol en el callejón. Y fumaban porquerías.

8:28 am. También se acordó del abuelo de Willy, habían sido compañeros en la recluta militar. Un tipo simpático y directo. Maracucho, guitarrista. Y le vino a la memoria el cuerpo de la hermana de Angeldarío: la mejor hembra de por ahí. El Mongo carecía de familia cercana. Años sabiendo de todo el mundo, escaleras arriba, escaleras abajo.

8:30 am. Se escuchó algo en la cuadra. O más allá. El Mongo y Angeldarío fueron en las motos para ver lo que pasaba. Antes, El Mongo le dijo a Willy: “¡Mosca, chamo, ya volvemos!”, y Willy respondió con una oscilación de cabeza. Como fastidiado.

8:33 am. Romualdo se atrevió a los recuerdos: “Willy, yo conocí a tu abuelo y a…” Pero no prosiguió porque entendió que las palabras no servían para nada. Willy continuaba registrando las miserias de la habitación.

8:35 am. Willy sintió ganas de ir al baño. Inodoro en la parte de atrás. Romualdo oyó cuando orinaba. Con potencia, con ganas contenidas. Y aprovechó  el momento y sacó el celular del bolsillo.

8:36 am. Las aguas de Willy persistían sobre la losa. Mientras, el temblor de Romualdo pudo escribir el mensaje de texto: “Banda Mongo me asalta”. Y lo envió a un hijo. Willy abría el grifo del lavamanos.

8:37 am. El hijo leyó el aviso del padre. Y con susto inmediato telefoneó a la policía. Ocupado, primero; después “Aquí no hay nadie de guardia”. Por fin, tres agentes amigos aceptaron acompañarlo hasta donde vivía el padre. 30 minutos  de calor dentro de la patrulla (que sumaron como 30 años deplorables para el hijo de Romualdo).

9:10 aproximadamente. La puerta no tenía llave. El hijo entró. Los policías lo siguieron. Romualdo estaba aún amarrado. Ostentaba cinco balazos en la espalda. O seis. La sangre no permitió la cuenta.  

9:20 am. Los agentes reportaron el homicidio. En la central sabían de El Mongo y su banda de azotes. Una comisión salió a perseguirlos.

11 am a 2 pm. Acechos, rastreos, seguimiento. Por fin, Angeldarío cayó abatido en los escalones que dan a la autopista. Willy quedó muerto junto a unas bolsas blancas (de automercado) y un televisor roto. El Mongo tampoco logró huir en su motocicleta sin placas.