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lunes, 24 de octubre de 2022

EL TEXTO INFINITO


              Antúnez abrazó la literatura como forma de vida, quizás ante la imposibilidad  edípica de abrazar a las miles de mujeres que pasaban por el costado de su existencia. Antúnez leía en el autobús, leía en la oficina, y hasta leía en la olorosa incomodidad de los baños. Pero Antúnez también escribía: al principio una cuartilla diaria, después dos y más tarde todas las que le dictara su inconsciente surrealista. Llenó, de esta manera, muchos cartapacios con apuntes de personajes, juegos de palabras, palíndromos y descripciones varias; aunque jamás los mostró a nadie por impedírselo una pertinaz y autocrítica timidez. Sin embargo, soñaba con la aureola de los aplausos, y se decía: “Antúnez, tienes que traspasar el hall de la fama, cerrar filas en el cónclave de la intelligentzia, convertirte en gloria viviente”. Y fue así como decidió participar en el Concurso de Cuentos del Diario La Nación, porque sabía desde que tuvo uso de sinrazón imaginativa, que obtener tal premio significaba —aparte de elogios y fanfarrias— la publicación inmediata de cualquier absurdo narrativo y un lugar honorífico  en las revistas literarias de escasa circulación.