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martes, 27 de marzo de 2018

NUESTROS DICCIONARIOS PARA EL OCIO



                        
                               DICCIONARIO DE LA IRREAL ACADEMIA                    

Podríamos asentar que el diccionario es el libro de los libros, porque en él se compendian y explican las palabras de un idioma. Y si no, que lo diga desde donde se encuentre  nuestro fraterno amigo Alexis Márquez Rodríguez, pues él “Con la lengua” nos enseñaba cada semana el gusto papilar por las palabras.
Hay, además, diccionarios sectorializados de muy diversa índole (históricos, técnicos, de literatura, de regionalismos, de provincianismos, etc.), y hasta algunos de rima para que los poetas ramplones encuentren las acertadas consonancias. Si a un bardo que todavía no es “cuarto vate”, se le niegan las musas ante el trance de una oda muy fregada, sólo tiene que buscar -por ejemplo- el vocablo “pelo”, y en la enumeración aparecerán: “celo, amelo, Otelo, helo, camelo”. No imaginamos a Rubén Darío, García Lorca o Neruda utilizando tal mecanismo, pero de muchos “líricos” ingenuos está llena la viña de Dios.   
Gustave Flaubert, acosado por las frases hechas, quiso elaborar un gigantesco diccionario de lugares comunes, mas la muerte lo sorprendió sin terminarlo plenamente. ¡Tan útil que hubiese sido para que nuestros políticos enanos se alejasen de la pacotilla!
En Venezuela, casi todos los célebres periódicos humorísticos, hoy muertos como Flaubert, nos deslumbraron con diccionarios de sorna lexical; y a menudo evocamos una graciosa definición que incluyó La Pava Macha, hebdomadario de los años sesenta: “Acordeón. acordarse repentinamente de algo”. 
Para seguir las tradiciones, y con “la venia arteria” de la Academia de la Lengua, nos permitimos copiarles un ensayo de nuevo diccionario:
ALOCUCIÓN. Dar un discurso por teléfono.
ANALGÉSICO. Medicina contra las hemorroides.
ARGOT. Ombre de ujer. Or ejemplo, Argot Enacerraf.
AUTOESTIMA. Fijar el precio de un vehículo.
BISIESTA. Reposar dos veces después del almuerzo.
CAMPEÓN. Meterse una rasca en el campo.
CASINO. Lo contrario de casi sí.
CONDOMINIO. Hábil manejo del preservativo.
DILAPIDAR. Solicitud para que alguien diga “lapidar”.
DISCORDIA. Pelear por un disco.
ENVERGADURA. Grosería.
ESCAPADO. Eunuco.
ESPÍRITU. Expresión admirativa cuando por fin se  llega a Píritu.
EXITOSO. Vocablo proveniente del inglés. Significa “Oso que sale”.
LATA. Loedol hembla.
LONGANIZA. Ciudad de Francia que es muy larga.
MAREMOTO. Ir a la playa en motocicleta.
MENSAJE. Grupo de mensos.
MIASMA. Enfermedad personal que impide la respiración.
MISIVA. Reina de belleza del Impuesto al Valor Agregado.
MONAGUILLO. Dícese de quien le tiene miedo a las monas.
PARAPARA. Especie-especie de-de  metra-metra.
PANEGÍRICO. Giro que firmamos para la adquisición de un kilo de pan.
PORFÍA. Acudir a una tienda para comprar algo a crédito.
RÁBIDA. Lo mismo que arrechérida.
RESPINGA. Toro.
SEDANTES. Ganas de beber como en el pasado.
TORPEDO. Viento de Tor.
VIOLENTO. Calma con que uno lo vio.

domingo, 25 de marzo de 2018

SUEÑO DE CONTRAPODER (1989)


Alirio nubla el atardecer con bocanadas de su último cigarrillo. Ni siquiera lo alegra la salsa timbalera que tocan los chicos de la barriada: “A la Rigola yo no vuelvo más...” Voltea y observa el rancho piramidal, recubierto de periódicos cálidos que lo protegen contra fríos en jolgorio, y se da cuenta de que ya ha alcanzado “el reino de los cerros”, se percata de que habita en un ámbito misérrimo disfrazado de progreso, tomate Ketchup, televisor Sony, pantalones Wrangler a lo “super star”. Alirio, maestro de obras maestras (o profesor a secas) medita en la espiral inflacionaria de sus permanentes derrotas: el cartel que cuelga del ocioso deambular cotidiano (“Personal completo. Favor no molesten”). Gregoria empecinada en envejecer de veras, los tres hijos que juegan terribles a venderle baratijas a la nocturnidad. Alirio, con sus cuarenta años milenarios, rebusca en los bolsillos un tabaco inexistente y se distrae gastando las pupilas contra los tótems de desperdicios, la quebrada tan oscura como cañerías visibles, los perros que han crecido a fuerza de patadas ceremoniales. Desea tomarse un café tinto y bien cerrero, quizás para acordarse de pretéritos furtivos, pero sabe que a esa hora Gregoria está eléctricamente enchufada a su radionovela, “¡Maldito!, ¿por qué me engañaste?, ¿por qué te fuiste con una doncella mentirosa?”. Alirio al fin sonríe y sus manos rítmicas se apegan al desbarajuste de tambores: “A la Rigola yo no vuelvo más, más...”