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jueves, 29 de junio de 2023

TRES CRONICUENTOS DE ESTA ÉPOCA

 


LE DISPARÓ A SU MARIDO PORQUE LA LLAMÓ POR OTRO NOMBRE (Diario  Actualidades)

 

        

El matrimonio vivía entre chubascos. La contienda estaba a la orden de los extremos verbales. La agenda diaria (un cúmulo de obligaciones huecas) se repetía por voluntad pasiva. De noche, a veces, Romelia lo arrinconaba en la cama, y Damián cumplía con la emergencia. Acuerdo de hembra y caballero, contrato sin rugido de palabras.          

         No siempre fue así: los años aderezan los entuertos.                 

         Como la vida parodia a las telenovelas, aunque algunos sostengan lo inverso, Romelia y Damián se conocieron en una estación de Metro cuando la energía eléctrica, discontinua y aleatoria dentro de los sótanos del Tercer Mundo, se largó por quince minutos. La muchacha, quizás con fingido nerviosismo, soltó dos gruesas lágrimas no exentas de rímel marca Revlon; y el joven, quizás con tramposa cortesía, se le acercó para ofrecerle un pañuelo sin sello de fábrica. Romelia, que en esa época no usaba lentes al aire, lo precisó a través de unos ojos nítidos y amarillos; y Damián, que en ese momento esgrimía un bigote fértil, le sonrió como el D´Artagnan de la estación Capitolio y la invitó a un café. “No sé si pueda porque es tarde”, dijo ella en tono de duda afirmativa; “Un rato nada más y te suelto”, respondió él pensando estrictamente lo contrario. La ciudad ostentaba una especie de crepúsculo escenográfico, diversas músicas competían por el Guinnes de los mayores decibeles, los semáforos se atragantaban de centenas de autos: nada nuevo bajo el cielo de Caracas.

LA OREJA DEL OTRO


                                  
                                  
Me topé contigo, Vincent Van Gogh, un temprano y azaroso día de hace ya muchas vueltas sobre mi vida, y sobre la tuya, amado amigo. Vi una copia de tu autorretrato y nunca más pude separarme de aquellos ojos que se dirigían a lo impreciso. Ni de aquella blanca forma de permanencia sin tiempo. Ni de tu cara en triángulo de barbas.
Y empecé a seguirte, Vincent. Asistí a tu nacimiento en Groot-Zunder, un pueblo que estaba situado al borde de todos los inviernos, y escuché -como testigo de sombras- cuando tu padre dictaminó con rigidez de pastor protestante: “Se llamará Vincent Willem en memoria de su hermano muerto”. Estuve al lado tuyo en las ausencias de la escuela y en las inflexibles clases de teología que por fortuna no te condujeron a la profesión paterna, ¡felicitaciones, Vincent! Te acompañé al trabajo de marchand en la sociedad de comercio Goupil, con escalas tortuosas en La Haya, Londres y París, hasta que acordaron sustituirte por el bueno de Theo Van Gogh, cuatro años y un milenio menor que tú. Me encontraba muy cerca en la época que comenzaste a pintar rasgos incipientes, imitaciones, paisajes realistas; y casi compartí la cama meretriz de tu modelo y novia Siem Hoornik, ¿evocas la ruptura final de esos amoríos, Vincent Willem?
Después, te subí la valija al sexto piso  de Theo en Montmartre, donde fijamos menesteres, asiduidades y tormentos. París nos enseñó El Louvre, las técnicas del dibujo, los colores del impresionismo, el estrépito de la ciudad, los insaciables caldos de Borgoña, y también la figura deforme de Lautrec y la rigurosa  paciencia de Camille Pisarro, pero tú quisiste partir.
Con ayuda del fraterno Theo, porque las ventas de tus cuadros eran exiguas, nos instalamos en Arles, “el Japón del sur” de Francia, según la denominabas, para fundar una utópica comuna de artistas en la que se compartiesen gastos e ingenios; y decoraste tu Casa Amarilla con girasoles, emociones y esperanzas, pues recibirías a Paul Gauguin, Paul el vanidoso, Paul el terrible. Aún poseo la nitidez de aquel período de pugnas, de exaltación, de desacuerdos, de insolencias alcohólicas, aunque me gustaría olvidar la última escena: Tú, ofendido, amenazas a Paul con una navaja, Paul se va al hotel, tú te arrepientes y decides cortarte la oreja derecha, tú se la envías a Paul con una prostituta en señal de remordimiento, los gendarmes sitian la casa, Paul abandona Arles y a ti te recluyen en el hospital.

martes, 27 de junio de 2023

EL OSCURO ENCANTO DE LA SOLEDAD



                                                 -I-

      El tiempo gira en su órbita extraña  y un cielo tenso  confirma   las  incógnitas. No siempre fue de ese modo: antes me refugiaba en  los suaves  ardores de la juventud, como  si  el precipicio estuviese detrás y las inclemencias  ocurrieran  decididamente a los otros.  Leyla duerme en la habitación que da hacia la montaña porque  no resiste mi  tos noctámbula ni las luces vehementes  que utilizo para leer; pero nunca discutimos, hay entre nosotros el silencioso armisticio  de quienes poseen iguales escudos y defensas. Tampoco el sexo  nos abruma, pues  a base de metódicas apatías lo encerramos en  el  abandono, o fue culpa de  nuestros vínculos eternos porque mi prima  Leyla  y yo somos parte de un mismo apellido (y quizás similar destino).
      La detallé por primera vez en una fiesta de tíos y nudos genéricos  otorgados por la sangre común. Era diciembre, llovía con fortaleza de relámpagos, Leyla se ubicó frente al ventanal y yo la acompañé sin hablarle: las palabras sobraban en la obvia conjura de la circunstancia. Fumamos, busqué dos tragos, luego la besé larga y hondamente. Al cabo de una semana, compartíamos mi lecho de soltero.
       Los meses transcurrieron como dardos cautivos de la felicidad; hablábamos sin agobios, oíamos a Bach con devoción, el vino  nos acoplaba en el éxtasis de sabores y fruiciones; parecía imposible solicitar más de la providencia terrenal, y por eso el soplo de la duda empezó a atemorizarnos, ¿un mensajero de órdenes adversas tocaría la puerta para anunciarlas? Mientras tanto, y a fin de alejar malos augurios, nos colmábamos de sólido amor.

LA TRUNCA CABEZA DE PANCHO VILLA

 





No me llamo Carmelo Taborda, solo utilizo este nombre en mis andanzas e investigaciones sobre Pancho Villa y la Revolución Mexicana; tengo escritos más de setecientos folios sobre José Doroteo Arango Arámbula, Pancho Villa, sin todavía esclarecer los autores ni el paradero definitivo de su cabeza mutilada en 1926, tres años después de que lo enterrasen en un panteón de pueblo.

 

Pistas vagas conducían a inexactos finales: la exhibición de la testa de Villa en el circo Ringling Brothers, donde cobraban a los adultos 25 centavos para verla y a los niños la mitad del precio; la encomienda de cercenamiento impartida por un fervoroso militar cuyo deseo era que la ciencia estudiase el cerebro único del héroe; la venganza del General Álvaro Obregón porque había perdido el brazo derecho en refriega contra las huestes villistas; la posesión satánica del despojo por parte de la sociedad secreta Skull and Bones, de Yale University, con el fin de rituales subrepticios; la posible sepultura del cráneo cerca de Salaíces, Chihuahua, en una caja de balas para Máuser 7mm. Recovecos de la incertidumbre, espejismos merodeando la realidad, epopeyas de cuerpo fragmentado

 Por ello, no me sorprendió el correo breve y urgente de un profesor chicano, amigo mío, asegurándome que la cabeza de Villa se encontraba en Brooklin, bajo la custodia de anticuarios judíos. De inmediato, reservé por Internet el boleto desde Caracas y acomodé en la valija los utensilios imprescindibles: sendas botellas de ginebra contra el insomnio, las páginas con las pesquisas y dos trajes casuales. Le pasé llave a mi hogar solitario, no sin orar una retahíla absurda en provecho de suerte para que no entrasen los ladrones. 

BIOGRAFIA DE UNA VOZ

 



 (Tony y su esposa discuten dentro del apartamento de séptimo piso en Queens, New York. Ella le reclama su adicción a las drogas y al alcohol. Tony amenaza con matarse si prosigue, la mujer no le hace caso, Tony va al balcón, reza algo  incomprensible y se lanza al vacío. Son las once de la noche, cae una lluvia tenue, los vecinos escuchan el golpe y llaman a los bomberos, Tony yace sobre la calzada.)

     Tu porvenir quizás estaba escrito, como si la existencia fuese un círculo impávido y absoluto. Los amigos habían insistido mediante cartas continuas, “Tony, ven al Norte, el triunfo te aguarda, no demores los tiempos”. Y tú por fin llegaste a suelo ajeno; cargabas un bolso sobre la espalda y dieciocho años en las correrías de la vida. Nadie fue a recibirte al aeropuerto, entonces el taxi  te condujo a un cuarto en las propias mandíbulas del Bronx, con vista hacia  el desborde de potes de basura y olores que  casi impedían la respiración.

        Todo había empezado cuando te quedaste con la boca retorcida y el blanco de los ojos hirviendo, al ver a Chico Almeida en el Club Marítimo de San Juan. Y luego fue el éxtasis inmediato:  El Bárbaro entonaba el son “Me has dejado en el abandono”. Sin muchos cálculos, pediste tres tragos seguidos (como si fueran tres alegres tigres líquidos) mientras lo escuchabas, y al acabar la función el tembleque de las piernas te llevó hasta el camerino de Almeida. “¡No estoy pa´ nadie, tá prohibido pasal!”, gritó El Bárbaro sin ninguna corrección, pero tú permaneciste como una momia boricua aguardando que tu héroe saliera.   

lunes, 26 de junio de 2023

TEXTAMENTO

Mi existencia, para decirlo con la verdad en el puño derecho como los milicianos de otros siglos, ha frecuentado un mustio rumbo, un vaivén indeseable, un poderío juvenil que se convirtió en melancólicas argucias. Ya casi no tengo cabello y me cuesta la firmeza de la respiración, estas piernas tiemblan de solo cumplir actos reflejos, veo mediante marañas de obstáculos, hablo (por lo bajo) sin asiduidad de interlocutores, concibo planetas de perpetua inercia, y ya dejé el cigarrillo -vicio noctámbulo- porque la tos aceleraba mis arritmias. Oigo música desde el amanecer, sus melodías lustran el espíritu y se convierten, digo yo, en palabras recónditas o en claras naturalezas: recursos para que el tiempo no me vuelva un fugitivo del porvenir. Afortunadamente, he desechado la colaboración de los médicos y la ayuda de unos bisturíes al interés por ciento cuyo objeto es quitarnos el dinero.
 "Pienso, luego resisto"  podría ser la máxima de mis pasos vitales. Avances, huidas, enmiendas, nuevos derrumbes, círculos concéntricos, etcéteras sin expiación. Al atravesar la puerta escogida, ya no habrá fuerza posible que cambie el destino, ni voces de los adentros capaces de mitigarlo; siempre reflexiono sobre  “suerte” y “muerte”, pues  sus opciones difieren en una simple letra. 

jueves, 22 de junio de 2023

CON EL ORINOCO A CUESTAS


              

                  

París no era una fiesta como opinaba Hemingway. Sobre todo en invierno, porque el viento subía hasta mi buhardilla con una palidez redonda y giraba sobre sus propias ansiedades. O las mías.
Catherine me había telefoneado aquella tarde desde la oficina de la Unesco, pero aún no llegaba. Así son las francesas: impuntuales cuando uno tiene algo importante que decirles.
Conocí a Catherine en un curso sobre las pinturas rupestres de la Cueva de Altamira que dictaba monsieur Malveraux, profesor emérito de la Universidad de Burdeos y aficionadísimo a los vinos de la región (según lo delataban el aliento y la conducta). Por ahí empezó nuestro diálogo, pues ella observó que el maestro hacía breves paréntesis en las clases para trasegar sus elíxires escondidos.
Me sonreí y, al contestarle cualquier banalidad, Catherine se percató de que yo no era de esos mundos. –Vous êtes latinoaméricain, n´est-ce pas? –sentenció como si hubiese atinado el premio mayor de la lotería antropológica, y sus labios me conmovieron porque formaban una cortina de erotismo móvil para pronunciar las palabras. “Oui, bien sûr, je suis vénézuélien”, afirmé con amable timidez y me encerré en un silencio de indígena sin flechas. Catherine, muy distante de quienes se amilanan por el mutismo de los "primitivos” recién aventados a Francia, planteó que siguiésemos la conversación en un localcito de la rue Blomet.

martes, 20 de junio de 2023

ANCIANO FALLECE EN ACCIDENTE SEXUAL


Tenía la misma edad que el actor David Carradine (72); y tanto le admiraba e imitaba que cuando se enteró de su muerte por los periódicos de Caracas, también divisó el linde del caos (desde un último piso sin vista panorámica y con el legítimo hastío de quienes han alcanzado la pensión del Seguro Social).
Julián Alcázar, mediante fieles secuencias memoriosas y largas lágrimas, evocó la serie de televisión Kung Fu, donde el “Pequeño Saltamontes” encarnaba a un monje budista experto en artes marciales: Carradine haciendo piruetas y contorsiones frente a los enemigos, Carradine estrechando más los ojos asiáticos, David meditando, David propinando golpes sobrenaturales e increíbles, David Carradine el único, el solidario de veras, el mejor amigo dentro de la pantalla chica.

miércoles, 14 de junio de 2023

ENTRE LUJURIAS Y FANTASMAS

Nadia  escondía  sus tumultos de  dieciséis años, para evitar el espectáculo de un cuerpo que inspiraba plenos desacatos. Ella no conocía a Marlene Dietrich, pero sus piernas eran de real similitud sinuosa. Jamás tuvo la dicha fílmica de ver a Sylvia Kristel, aunque ambas se pareciesen en albo desplante de pieles. Nunca se identificó tras el busto expansivo de Jane Mansfield, porque tanta sapiencia le resultaba ajena. Y ni siquiera estableció paralelismos con la fecundidad lúbrica de Madonna, pues su mundo no superaba los rituales del barrio común.
  Una húmeda circunstancia de ojos la perseguía por doquier. Su sola insinuación desentrañaba aturdimientos, fogosidades, delicias perversas, caminos ignotos. Y por mucho que encubriese aquel regodeo de esplendor, aquella lascivia opulenta, los hombres la fornicaban a solo golpe de vista.

jueves, 8 de junio de 2023

RECETA DE REQUIEM

Jean Luc, el obeso, el grandilocuente, el cronista preferido de la gula y la burguesía, no sabe por qué ha comenzado a morir a ras de huesos.
 Quien paseó su gordura por los mejores restaurantes del mundo ya no se escalofría con los sorbos de un martini, “bien seco, por favor”. El pato a l’orange le produce estragos de ruido universal, y los sorbetes helados son llamas de fuego polar dentro de sus padecimientos rutinarios. El periodista se inquieta ante el roce de la muerte: oblicua delgadez, magnitud de cuencas, espanta-ojos para pájaros. Aun así, debe salir en procura de temas sólidos y vinos agrios que conmuevan a sus lectores el próximo día. “Jean Luc, el irónico, el demoledor, el Brillat Savarin de estos trópicos...”.
Públicas alabanzas y martirio de cucarachas nocturnas, pues nadie comprende que está encadenado a la ruina de la soledad. Nació frente a una plaza con palomas, donde el eco del mar lo llamaba Ferdinando. Luego, la simpleza autoritaria del colegio de jesuitas, “No matarás, no fornicarás, no desearás a la mujer del...”. Después la universidad o la constatación del fracaso: “Me voy a París, nadie me obligará a construir edificios deformes”.