—En París, promediando el siglo XIX, se organizó una reunión de psiquiatras para analizar colectivamente el caso de un enfermo mental que tenía deslumbrados a todos los galenos, por su inteligencia y sagacidad. Y como el evento coincidía con el arribo a Francia de un célebre alienista norteamericano, éste fue invitado a la reunión para que observase de cerca al paciente. Allí estarían también el gran escritor Balzac y algunos otros intelectuales y periodistas.
El encuentro se realizó como estaba pautado; y al concluir el mismo, los psiquiatras franceses le pidieron opinión sobre el enfermo al colega norteamericano, y éste dijo: “Nunca había visto algo así, el hombre es genial , hay que ver cómo se expresa e hilvana las ideas, hipnotiza con la fuerza de sus palabras y su gestualidad, en mi opinión se trata de un caso único, me llevaré copia del expediente”.
De inmediato, sus colegas lo sacaron del error: “¡La persona a quien usted se refiere es el escritor Honorato de Balzac, el paciente es el sujeto que casi no habló!”
—Andrés Bello, nuestro eximio polígrafo, sostenía correspondencia con un amigo cuyas colosales faltas de ortografía le desesperaban. En cierta ocasión, después de una velada, el amigo se despidió diciéndole:
-Esta semana le escribiré sin falta.
-¡Oh, no se tome ese trabajo! –le respondió Bello–, escríbame como siempre.
—Un joven compañero fue de visita a la casa del poeta Juan Sánchez Peláez; y la esposa de éste, después de abrirle la puerta, le pidió que se sentara y esperara pues el poeta estaba ocupado.
El visitante advirtió entonces cómo Sánchez Peláez, caminando alrededor de un patio, miraba hacia el cielo, entrecerraba los ojos, fruncía los labios y pronunciaba susurros ininteligibles. El joven, un tanto asombrado, le preguntó a la señora si le ocurría algo a su marido, y ella respondió: “No, chico, no te preocupes, es que Juan está buscando un adjetivo”.