Frida Kahlo nació en la Casa Azul de Coyoacán, Ciudad de México, y allí transcurrieron sus diversas existencias como sacudidas por rumbos en desconcierto: el accidente que la dejó lisiada, los amores múltiples, la pintura en tono de refugio y torbellino, la nacionalidad mexicana para comprenderla desde las raíces indígenas, un hijo deseado que jamás logró concebir, los padecimientos físicos y el ardor del alma, los centelleos de la política y quizás -según vocearon por lo bajo- el escape definitivo de esta tierra mediante la anuencia de unas pastillas con sobredosis.
Su salud, como pregonan los óleos, recibió los embates de una continua fatalidad: poliomielitis infantil, el accidente de bus contra tranvía que la dejó lisiada, las 32 operaciones posteriores, el martirio de un corsé de yeso, el terrible estiramiento de los músculos vencidos, las fantasmagorías por culpa del insomnio, y el desasosiego con motivo del porvenir.