Doña
Fifa de Bracamonte organizó en el salón marino de su residencia (el que ostenta
los cuadros de la época también azul de Reverón), un espléndido ágape para
recoger fondos en pro de los pobrecitos pobres, cumpliendo así el benéfico
llamado de la ONU, desde Dinamarca, en auxilio de los menesterosos.
Fifa,
con sus recientes bucles de peluquería y su "tailleur" de dama
antañona, está vuelta un ocho ante el arribo de las invitadas, "¡Mon dieu,
a mi me va a dar un yeyo digno de sicoanálisis si algo sale mal!"; y de
inmediato se dispendia en últimas órdenes patronales: "Ramoooona, ¿pusiste
los cubiertos de plata repujada que nos regaló en navidad la Management Financial
Association (MAFIA)?", "¿Ya llegaron los acomodadores de carros con
sus guoqui-toquis?”, "¡Petra, coloca la escultura de hielo junto al caviar
de centurión importado!",
"¡Enciendan las luces para que no quepan dudas acerca de mi serie de serigrafías
o-ri-gi-na-les!"
Y con el
estruendo del timbre (el timbre de voz del mayordomo, por supuesto), entran un
grupo de señoras ansiosas por ayudar a la pobrecía, "Aquí estamos, Fifa,
como una sola mujer, para respaldarte en tu preciosa tarea. ¡Qué bella acción,
qué sensibilidad tan sensible tienes, mijita!"
—¿Pero
no vino ningún pobre, no? —inquiere Doña Lula de Albondiaga, bajo un susto
horrible que le hace temblar la gargantilla.
-—¡Cómo
se te ocurre, chica! —responde Fifa—, cada quien con su cada cual, ¿nespá?
—Me
devuelves el ánimo al carapacho, querida
—expresa Lula—, porque no tengo ganas
ni temáticas para conversar con esa gente. Les hablas de Nueva York o de Nueva
Zelandia, for example, y se te quedan como babiecas en la mera luna marginal...
—¡Y
algunos se bañan una vez a la semana; no lo digo yo, lo dice el Miami Herald —tercia Cuqui de Herrera-Cuervo.
—¡Fó, qué aguante! —exclama
Mimí de Turulango—, figúrense que esta que viste y calza no sale de su
pent-house de La Lagunita sin por los menos tres duchas tibias y un frasco de
perfume fresco, no, miamor.
—Yo
los admiro porque no engordan nada; y a mí que me cuesta un mundo de aerobics y gimnasia rítmica en el
Health Club, mantenerme medio flaca. Habrá que pedirles la receta, pero eso sí,
por correo electrónico, muchachas —alega
Lola de Agarrazábal, al tiempo que se engulle una caja de Milkyway con capita
de fresa.
—Definitivamente
los pobres sufren menos que uno —opina
Macu de Veracierta—, pues no tienen que luchar con el servicio ni poseen
compromisos sociales. Ellos son socialistas, viven su vida de perros y basta,
mientras nosotras debemos estar pendientes hasta de lo que comen los bulldogs.
—No me
toques la tecla del servicio, Macu, porque caigo en un ataque de nerviosidad
tipo película de Almodóvar —responde
Fifa—. Ayer se me fue la cocinera colombiana y tuve YO MISMA que prender el
microondas. No hay derecho legal para tanto malagradecimiento,
y eso que le puse TV en el cuarto y un lindísimo bidé post-antiguo que me traje
del town-chalet de la playa.
—Es
que la flojera las mata, amigas —apunta
Mechi de Longoria—.Yo siempre les saco el ejemplo de mi esposo, un hombre que
llegó en autobús desde los Andes y ahora pertenece a la directiva de Cemento
Andino. Por sort y resort, mis hijos
no pasarán las penurias de su padre, pues estudian en el Norte.
—¡Qué
pésimo gusto vivir en los cerros, mon cherie, cuando hay infinidad de otras
soluciones habitacionales con vigilancia privada y todo! —murmura filosóficamente Doña Trina de
Algáraz, metiéndole el colmillo a un canapé truffé.
-—¿Ustedes
no se han dado cuenta de que la mayoría de los pobres son negros? —interroga Lola, a la par que discrimina
entre el salmón ahumado y el paté de fuá.
—¡Aquí,
my darling, aquí! —contesta Lula—,
porque en Suiza existen pobres pero bien catires. ¡Ay, quién se mudara a Berna
para no ver más a estos vernáculos criollos!
—Bueno,
compañeras —impone la anfitriona—, dejemos la perorancia de cuestiones de
cultura, y brindemos con champaña porque el éxito de la Reunión de la ONU sea
de Dinamarca mayor. Vivan las copas, viva Copenhague. ¡Salud!
—¡Y
pesetas! —gritan a coro las damas de beneficencia.
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