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jueves, 9 de noviembre de 2017

LETRAS BREVES

             

            (CONFERENCIA  CASI INSTANTÁNEA)


Los novelistas y cuentistas, amigos, han atentado contra la paciencia y la sapiencia de los lectores; lo digo yo que tengo un largo trayecto elaborando folios, infolios y volúmenes enteros de tenaces obcecaciones. “¡Está loco del cerebelo que es más grave que padecer del cerebro!”, vociferarán los críticos, pero poseo íntegra razón y debo explicarme frente a ustedes en provecho de la seriedad académica.
Pido excusas por mi tos asmática, producto de un vicio que no mencionaré, y vuelvo al meollo primordial: la literatura. Ella, como se ha concebido hasta hoy, resulta egoísta, castrante y de una vanidad absurda, porque los creadores (¡Ah, los muy fatuos!) no solo olvidan a los lectores sino que pretenden que estos se sumen a sus planteamientos. Los arrastran, cual perros con cadena, por las avenidas fijas de la palabra escrita, los envuelven y atosigan como si fuesen seculares mentecatos, les cortan a daga de tinta el espíritu imaginativo. Y, encima, en una burda estratagema mercantil, les exigen que adquieran sus libros; pero de suceder lo contrario, o sea, la absoluta falta de público interesado, se deshilachan las vestimentas y reclaman ¡justicia, justicia! Por suerte, no hay tribunales que se ocupen de los dolores del alma.
Los “literatos” nos han legado millones de páginas huecas y deleznables, con reiteraciones que son como un chubasco estulto sobre el mar de los lugares comunes y el océano de las metáforas insípidas, creyendo que la prolijidad es un arte y que la confesión personal -plagada de circunloquios- emociona a la mayoría, cuando en verdad obtienen su tenaz aburrimiento, su fastidio perenne. Perdón, corrijo, no perenne, porque siempre queda la posibilidad de tirar el libro a la hoguera o al cesto de desperdicios. Como observo que algunos oyentes cabecean de un lado a otro en señal dubitativa, apelaré a algunas muestras.
Si un autor, por ejemplo, alude al atardecer, no resistirá la tentación personal de describírnoslo conforme a sus nociones; y allí viene la temible monotonía, pues de seguro dirá: “El ocaso reflejaba sus rayos violeta en los nubarrones del cielo”. ¡Qué barbaridad tan bárbara! ¿Acaso cada quien no sabe lo que es un atardecer? ¿Acaso no lo ha visto y “sentido”? ¿Para qué, entonces, machacarlo?
Igualmente ocurre con la referencia al campo. A mi modesto juicio, un campo se define por sí mismo: tiene árboles, frondas, cultivos y demás hierbas; pero los autores desean que ese campo sea sólo suyo, quitándole al lector el dinamismo de sus propios marcos de universo. ¡Un irrespeto inaceptable hacia el ser humano!
Para concluir los ejemplos, porque las horas del milenio no nos alcanzarían en el examen de tantos dislates, traigo a colación el término casa, quizás el más general que exista, ya que forma parte del continuum de las personas. Pero, ¡he aquí el problema!, los despiadados narradores estiman indispensable detallarnos hasta la saciedad, cuáles son las características de los modelos de hábitat que ellos postulan. “Tómenlo o déjenlo”, expresarían Marcel Proust o Thomas Mann, desde sus copiosas páginas de ataúd, y a nosotros -aquiescentes borregos- únicamente se nos permite obedecerlos…y admirarlos.
¿A dónde pretende llevarnos este hombre de tos cansina y corbata de lacito?, interrogarán ustedes. Y yo respondo para alejarles el sueño y los recelos: mi concepto de la nueva literatura plantea un original y productivo designio, a saber, que los lectores participen en la sustancia de las narraciones, sin cortapisas, sin férulas, sin guías ni vanidosos maestros. Todo residirá en la brevedad, única forma para que el hasta ahora inerte público comience a rellenar las obras con sus caudales de experiencia, pues si escribo “verano”, a secas, sólo cabrá la alternativa de que cada uno y libérrimamente le agregue las propiedades, olores, colores, historias e imágenes que desee. Y eso entraña la desaparición de los géneros, porque será el lector quien establezca, según su criterio, las concisiones del cuento o las larguras de la novela.
No los detendré más. Os lego mis ideas para vuestra meditación, y os lego también cien textos de una sola palabra, con iguales y respectivos títulos, que hoy anoté mientras maduraba esta conferencia: Noche, Angustia, Estertor, Envidia, Magnitud, Carnal, Infortunio…

  Servando Augusto Valladares (escritor y disertante apócrifo)

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