(CONFERENCIA CASI INSTANTÁNEA)
Los novelistas y cuentistas, amigos, han
atentado contra la paciencia y la sapiencia de los lectores; lo digo yo que
tengo un largo trayecto elaborando folios, infolios y volúmenes enteros de
tenaces obcecaciones. “¡Está loco del cerebelo que es más grave que padecer del
cerebro!”, vociferarán los críticos, pero poseo íntegra razón y debo explicarme
frente a ustedes en provecho de la seriedad académica.
Pido
excusas por mi tos asmática, producto de un vicio que no mencionaré, y vuelvo
al meollo primordial: la literatura. Ella, como se ha concebido hasta hoy, resulta
egoísta, castrante y de una vanidad absurda, porque los creadores (¡Ah, los muy
fatuos!) no solo olvidan a los lectores sino que pretenden que estos se sumen a
sus planteamientos. Los arrastran, cual perros con cadena, por las avenidas
fijas de la palabra escrita, los envuelven y atosigan como si fuesen seculares
mentecatos, les cortan a daga de tinta el espíritu imaginativo. Y, encima, en
una burda estratagema mercantil, les exigen que adquieran sus libros; pero de
suceder lo contrario, o sea, la absoluta falta de público interesado, se
deshilachan las vestimentas y reclaman ¡justicia, justicia! Por suerte, no hay
tribunales que se ocupen de los dolores del alma.
Los
“literatos” nos han legado millones de páginas huecas y deleznables, con
reiteraciones que son como un chubasco estulto sobre el mar de los lugares
comunes y el océano de las metáforas insípidas, creyendo que la prolijidad es
un arte y que la confesión personal -plagada de circunloquios- emociona a la
mayoría, cuando en verdad obtienen su tenaz aburrimiento, su fastidio perenne.
Perdón, corrijo, no perenne, porque siempre queda la posibilidad de tirar el
libro a la hoguera o al cesto de desperdicios. Como observo que algunos oyentes
cabecean de un lado a otro en señal dubitativa, apelaré a algunas muestras.
Si
un autor, por ejemplo, alude al atardecer, no resistirá la tentación personal
de describírnoslo conforme a sus nociones; y allí viene la temible monotonía,
pues de seguro dirá: “El ocaso reflejaba sus rayos violeta en los nubarrones
del cielo”. ¡Qué barbaridad tan bárbara! ¿Acaso cada quien no sabe lo que es un
atardecer? ¿Acaso no lo ha visto y “sentido”? ¿Para qué, entonces, machacarlo?
Igualmente
ocurre con la referencia al campo. A mi modesto juicio, un campo se define por
sí mismo: tiene árboles, frondas, cultivos y demás hierbas; pero los autores
desean que ese campo sea sólo suyo, quitándole al lector el dinamismo de sus
propios marcos de universo. ¡Un irrespeto inaceptable hacia el ser humano!
Para
concluir los ejemplos, porque las horas del milenio no nos alcanzarían en el
examen de tantos dislates, traigo a colación el término casa, quizás el más
general que exista, ya que forma parte del continuum de las personas. Pero, ¡he
aquí el problema!, los despiadados narradores estiman indispensable detallarnos
hasta la saciedad, cuáles son las características de los modelos de hábitat que
ellos postulan. “Tómenlo o déjenlo”, expresarían Marcel Proust o Thomas Mann,
desde sus copiosas páginas de ataúd, y a nosotros -aquiescentes borregos-
únicamente se nos permite obedecerlos…y admirarlos.
¿A
dónde pretende llevarnos este hombre de tos cansina y corbata de lacito?,
interrogarán ustedes. Y yo respondo para alejarles el sueño y los recelos: mi
concepto de la nueva literatura plantea un original y productivo designio, a
saber, que los lectores participen en la sustancia de las narraciones, sin
cortapisas, sin férulas, sin guías ni vanidosos maestros. Todo residirá en la
brevedad, única forma para que el hasta ahora inerte público comience a
rellenar las obras con sus caudales de experiencia, pues si escribo “verano”, a
secas, sólo cabrá la alternativa de que cada uno y libérrimamente le agregue
las propiedades, olores, colores, historias e imágenes que desee. Y eso entraña
la desaparición de los géneros, porque será el lector quien establezca, según
su criterio, las concisiones del cuento o las larguras de la novela.
No
los detendré más. Os lego mis ideas para vuestra meditación, y os lego también
cien textos de una sola palabra, con iguales y respectivos títulos, que hoy anoté
mientras maduraba esta conferencia: Noche, Angustia, Estertor, Envidia,
Magnitud, Carnal, Infortunio…
Servando Augusto Valladares (escritor y
disertante apócrifo)
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