HUMORADAS DE HUMORISTAS
Un trabajo que hicimos con gusto máximo sobre el
humor en Venezuela, nos permitió ubicar
y rememorar anécdotas de los humoristas patrios. De seguida, insertamos algunas
de ellas para el consumismo jocoso de los lectores.
Rafael Arvelo, quizás el más importante de los
vates satíricos de nuestro siglo XIX, político y autor de epigramas notables,
cobró justa fama por sus pullas en verso. La historia refiere que en la
celebración de una cena, recitó la siguiente improvisación contra el presidente general
Antonio Guzmán Blanco, mientras mostraba una manzana:
Por una cual la presente
perdió
el Paraíso Adán;
si
hubiese sido Guzmán
se come hasta la serpiente.
Relata Cecilia Pimentel, hermana del gran humorista Francisco Pimentel
«Job Pim», que este se hallaba trabajando en la redacción de El Universal (época
de la dictadura gomecista) cuando sonó el teléfono:
—Aló, habla el ministro Andara. Quiero reclamar porque en la edición
de ayer escribieron «el ministro Aranda» y mi apellido es An-da-ra. Les
advierto que no toleraré nuevos errores.
—No se preocupe, señor ministro —espetó el Jobo
sin identificarse—, porque su apellido también es un error, pues yo tengo
entendido que no se dice Andara sino anduviera.
Es profuso el
anecdotario de Andrés Eloy como intelectual de agudezas sorprendentes. Recoge
José Rivas Rivas en su libro Ingenio y gracia de Andrés Eloy Blanco, que
siendo el poeta ministro de Relaciones Exteriores, tuvo que trasladar al
asimismo poeta Otto de Sola de la embajada en París a la representación en
Praga, debido a una indiscreción diplomática que este último cometió.
De Sola, al enterarse del cambio, viajó de
inmediato a Venezuela y le expresó al ministro Blanco que deseaba proseguir en
Francia, porque estaba habituado a la vida parisina. Andrés Eloy, después de
escucharlo, le dijo: «Mira, Otto, mientras yo sea canciller de Venezuela el que
me las hace me las Praga».
Refiere Ildemaro Torres en su obra Aquiles Nazoa, inventor de mariposas, que el excelso humorista llegó una vez a la planta de televisión donde grababa su programa Las cosas más sencillas. El portero, negándole la entrada, le preguntó: «¿Qué desea usted?», y Aquiles empezó a responderle: «Deseo que cese la tirantez entre las naciones, que la cultura nos cobije a todos, que fluya el tránsito, que en todos los hogares haya leche, flores y frutas, que sigan surgiendo mundos al eco de un beso…». Y habría continuado las enumeraciones, de no ser por la presencia de un amigo que lo identificó ante el portero.
Kotepa Delgado, «el Voltaire de la Pensión Cantaclaro», como lo bautizara el poeta Luis Alberto Crespo, mucho se preocupaba por lo que a mi hermano Franzel o a mí pudiese ocurrirnos, con riesgos mortales, en la desatada violencia del tráfico caraqueño, y al efecto aconsejaba no pelear nunca: «Si algún chofer te insulta, llamándote estúpido, imbécil, desgraciado e hijo de mala madre, tú le contestas: Esa es su opinión muy respetable, caballero, aunque debo significarle que otras personas piensan lo contrario».
Cierto día, un escritor muy serio le reclamó a Kotepa su falta de puntualidad en la entrega de un artículo, y nuestro padre se excusó: «Perdóname, es que a mi secretaria todo se le olvida». «¿Cómo se llama tu secretaria?», inquirió el colega para hablar con ella y recordarle el asunto. «Se llama Arterioesclerosis», retrucó Kotepa.
Miguel Otero Silva deleitaba a los contertulios con su chispa oportuna y de excelencia. Reseñan que en una cena la dama pequeño-burguesa se lamentaba: «Siento, Miguel, que pende sobre mi cabeza la espada de Colón».
A lo que MOS
ripostó: «¡Señora!, ¿no será más bien el huevo de Damocles?»
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Cuentan también que durante la presidencia de López Contreras, el gobernador de Caracas, Elbano Mibelli, con sus característicos métodos de represión, encarceló en un garaje a los estudiantes protestatarios.
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Cuentan también que durante la presidencia de López Contreras, el gobernador de Caracas, Elbano Mibelli, con sus característicos métodos de represión, encarceló en un garaje a los estudiantes protestatarios.
Enterado Miguel del desmán, comentó: «¡Esa es
otra garajada de Mibelli!».
MÁS HUMORADAS DE HUMORISTAS
En ocasiones, y
como tributo a la memoria de nuestros grandes humoristas, hemos evocado algunas
hilarantes anécdotas de su gracia perdurable. Hoy volvemos sobre el tema y va
de reláfica:
El presidente
Raúl Leoni decidió nombrar al abogado y cuentista Raúl Valera como gobernador
de Caracas. Valera, que tenía fama de sordo, telefoneó a Miguel Otero Silva
—fraterno camarada de Leoni— para que lo acompañase, pues la noticia lo había
sorprendido y no quería acudir solo a la cita.
Miguel accedió
gustosamente: «De acuerdo, búscame en tu carro y ambos hablamos con Leoni». Ya
dentro del automóvil y a escasos metros de la residencia presidencial, el funcionario
designado, aún nervioso por el trance, desatendió la voz de alto que le
gritaron los policías de resguardo.
El incidente no pasó de las explicaciones del
caso, pero de inmediato Miguel, en ilación de nombres de esquinas caraqueñas, le
espetó a Valera: «¡Raúl, brincaste de Sordo a Gobernador, y casi ibas pasando
de Gobernador a Muerto!».
Refieren también que cuando Kotepa Delgado, Carlos Irazábal y Miguel Otero Silva fundaron El Morrocoy Azul en 1941, el ilustre trío escogió al para la época joven humorista y caricaturista Claudio Cedeño como director del periódico. Claudio inició responsabilidades en el rotativo semanal, aunque bajo la amable férula de sus mentores, y tuvo que afrontar las sucesivas peticiones de quienes deseaban verse editados en tan prestigioso órgano. Así, ahíto de los fastidios de un insistente individuo que solicitaba la publicación de sus artículos, Claudio le dijo: «No puedo ayudarlo, caballero, porque aquí yo nada más soy el director».
Cuentan las viperinas lenguas que el gran Aquiles Nazoa, después de una estrecha amistad con la actriz Berta Duque (denominémosla de esa manera), se peleó con ella por motivos nimios, lo cual no le impidió asistir a una obra de teatro en la que Berta desempeñaba su papel histriónico. Durante el intermedio, algunos comentaron: «¡La pieza es infame, y la puesta en escena resulta horrible! ¿Qué opinas tú, Aquiles?». Nazoa, para sorpresa de los interlocutores, contestó: «A mí me pareció excelente, magnífica, única».
—Aquiles, ¿en
qué basas tu criterio? —terció el grupo crítico.
—¡Es que matan a Berta Duque en el primer acto! —replicó
Aquiles con tono socarrón.
Andrés Eloy cobró justa famosía por los versos que pergeñaba durante las sesiones del Congreso Nacional. Según lo recoge José Rivas Rivas en su libro Ingenio y gracia de Andrés Eloy Blanco, el poeta estaba molesto porque el doctor Pedro Cruz Bajares, presidente del hemiciclo, no le concedía la palabra. Y al efecto, escribió sobre un papel que pasó de mano en mano:
Te pedí la palabrita
y
me diste tus negares
te
espero en la bajadita
cuando
de la Cruz Bajares.
En cierta
oportunidad, un señor con aires pedantes sometió a consideración de Andrés Eloy
unos poemas para que este los juzgara:
—Le traigo dos
sonetos, doctor Blanco, a fin de que usted me diga cuál es el mejor. Aquí tiene
el primero de ellos.
Andrés Eloy
leyó rápidamente el texto y enseguida respondió
—¡El otro es el mejor!
Narran que cuando Francisco Pimentel se hallaba ejerciendo funciones como cónsul en Valencia, España, tuvo que alejarse de la grata ciudad por un tiempo, debido a los embates de la guerra. De vuelta a Valencia, un amigo le preguntó sobre cómo le había ido en el cargo, y el humor de Job Pim no se hizo esperar:
—Este es un consulado bueno… con su lado malo.
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