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miércoles, 6 de diciembre de 2017

ASALTO DE PELÍCULA

El film Zona Escarlata, nominado a cinco premios Oscar de la Academia de Hollywood y otros tantos del Círculo Ojo Sapiens, de Roma, hizo que un vasto público con deseos de trepidar emociones frente a la gran pantalla, formara largas colas en el Teatro Esex: último grito de la modernidad por sus butacas ultra-reclinables, su atención personalizada de refrescos y palomitas de maíz, y un aire de soplos gélidos que equilibra las transpiraciones de las películas violentas. Ayer, como en las demás tandas, la sala se llenó de caraqueños afanosos del hipnotismo cinematográfico y de los exilios de la rutina. Función de las 9 pm, afuera llovía.
La cinta, como corresponde a las superproducciones, empezó por mostrar un sinfín de escenarios en cascada visual: cielos que se derrumbaban sobre una ancha megalópolis, colosales edificios gemelos y emergentes, calles inagotables, helicópteros de revoloteo perfecto, policías con cascos grises y metálicos, detectives embozados y unos ladrones-asesinos-facinerosos que robaban y huían. Acto continuo, la persecución de automóviles a velocidad mortal, los volcamientos de rigor, el surround de la metralla, los choques mutuos y fantásticos, los cadáveres encima del macadam…

El auditorio, imbuido de nerviosismo, se comía las cotufas y las uñas, y nadie osaba respiraciones más allá de lo necesario para no alterar la liturgia del momento. Mientras el recuadro fílmico mostraba la irisación de sus luces, el trío de hombres emergió como una contigüidad: “¡No se muevan, esto es un asalto!”. La señora de la segunda edad, al escuchar la orden, sólo pensó en el progreso técnico de sonidos y efectos especiales, “¡Estupendo, maravilloso, parecen en vivo y directísimo!”. El chamo de atrás creyó, por la nitidez, que se trataba de unos personajes en tercera dimensión, “o sea en 3D, pana”. El gordo sexagenario otorgó a Spielberg los méritos de la espectacular experiencia, “Steven, después de tu genio e ingenio, todo cambió”. Y el público íntegro, desde unas sillas acolchadas, alabó la autenticidad del instante y la agudeza del sistema cuadrafónico. “¡Quietos, no se muevan, esto es un asalto!”, repitió el trío de hombres.
En la medida de la sorpresa, los concurrentes fueron percibiendo que el hecho tenía características de absoluta realidad (realidad cotidiana, palmaria, estadística)  y  que los malandros,  con gestos muy distintos a los de la meca del cine, estaban allí para abrirle unos cuantos orificios de plomo a quienes contrariasen sus exigencias. Algunas damas tuvieron lívidos ataques de pavor, dignos del Acorazado Potemkin; un anciano pretendió esconderse debajo de las enaguas de su esposa; varios muchachos quisieron, fallidamente, comunicar alertas a través de las redes sociales; una joven se metió entre los senos el carnet de policía ad-honorem; el proyeccionista de la película, por coacción de las armas, dejó que el celuloide siguiese su curso.
En la pantalla continuaban las persecuciones de automóviles, las ráfagas de ametralladora y la pugna tecnicolor. “¡Levántense de los asientos, pajaritos, y hagan una fila a la derecha, rápido, ya, ya!” El helicóptero, desde nubes  panorámicas, auscultaba la ruta de los bandidos. “¡Silencio, carajo, y al que se ponga cómico lo quemamos!”. La ciudad, en vilo de desasosiego, se escondía tras rejas y ventanales. “¡Metan en esta bolsa, nojoda, todo lo que tengan: plata, celulares, zarcillos, cadenas, relojes, pulseras, ustedes saben, rápido, ya!”. Un auto blindado del comando urbano, junto con su dotación de efectivos, se estrelló contra las torres de la calle 84. “¡Aceptamos cesta-tickets y bonos de alimentación…y no es broma, vejetales!” Un guardia cayó sobre la sombra de su propia sangre de rodaje, y un forajido murió de balazos de utilería. “¡Ahora nos vamos y ustedes se quedan quietecitos, como muertos, ¿en-ten-die-ron? ¿o no?” El gang de maleantes holliwoodenses se escondió bajo un enjambre de alcantarillas, mientras los sabuesos trataban descubrirlos. El auditorio del Teatro Esex, aterrorizado y robado, mantuvo estricto silencio hasta que en la pantalla gigante apareció THE END.   

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