Este programa, como todas las noches de 9 a 11, llega a
ustedes, amables radioyentes, por cortesía de lavaplatos Orix, el único que
deja su vajilla más limpia que acabada de comprar... y cuesta menos. No, no se
queden sin su lavaplatos Orix, salgan ya y adquiéranlo al 50% de su precio con
solo mencionar el nombre de Vaguedades
Nocturnas, el espacio radial que alegra el corazón
de los adultos contemporáneos, aunque también pueden oírlo los niños, siempre
que hayan hecho las tareas escolares.
Hoy, ¡perdónenme y excúsenme doblemente!, no pondré música,
no comentaré sucesos, matrimonios o filmes de moda, ni tampoco responderé
llamadas telefónicas, porque se trata de una fecha especialísima y turbia:
cumplo 48 años, la mitad de ellos al frente de este programa diario que, para decirlo con un abominable lugar común, me
ha cambiado la existencia. Ustedes se preguntarán, al borde de múltiples ataques
de asombro, “¿Cómo es posible que Jimmy Marcos, el encanto de nuestras noches,
el galán de las ondas hertzianas, el paladín del optimismo, el consejero de la
familia, esté sumido en la tristeza por un año más encima?”. Mientras salen del desconcierto,
comprueben en los gabinetes si aún poseen amplias reservas de lavaplatos Orix,
para que no se queden sin el mayor descubrimiento de la época postmoderna.
En caso contrario, muevan las piernas hasta su automercado
favorito y pronuncien la palabra mágica Orix. Repitan conmigo: Orix, Orix, Orix.
Otra vez: Orix, Orix, Orix. Muy bien. Debo ahora contarles las razones de mi
desánimo, para que me conozcan en cuerpo y almanaque. Llegué al oficio de la
radio por un literal accidente, pues el locutor de turno había sufrido lesiones
en un grave choque de automóvil y no encontraban a nadie que le sustituyese. La
anarquía tomó por asalto la planta, el director pegaba lecos de angustia, los
técnicos se insultaban entre sí, pero cuando la luz roja indicó el comienzo de
la emisión y todos creían que ningún milagro podía salvarlos, alguien se acordó
del mensajero Jimmy Marcos, el que imitaba voces y cuñas mientras entregaba los
cartapacios de cartas. Y me empujaron a la cabina, “Estás al aire, Jimmy, ten
confianza, vale, lúcete, campeón”, y entonces tomé el micrófono como si fuese
un alargamiento de mis manos y mi coraje, y hablé de cualquier tema, lo que se
me iba ocurriendo, disparates joviales, citas inventadas, trabalenguas, historias
reales o falsas, y, al terminar, yo mismo me abismé por el éxito. Una multitud
de radioescuchas pidió que no los abandonara, y el director —en mala hora— me
otorgó un contrato indefinido. Aquí me hallo todavía.
Mi ambición era graduarme de biólogo marino, viajar por
países de costumbres y aguas profundas, leer en inglés y conseguirme una novia
alta, de senos no muy voluminosos y que le gustara el rock and roll. Por todo
eso me inscribí en la universidad y obtuve el trabajo de mensajero para pagarme
los estudios, porque mis padres carecían de lo que denominan bienes materiales,
aunque tampoco se distinguían por virtudes o bienes inmateriales: sólo les
agradaba enfrascarse en la TV y en frascos de aguardiente barato. ¡Ojalá que su
cirrosis matrimonial los conserve a lo largo del tiempo etéreo! Una pausa para
recordarles que Orix es, por supuesto,
el oro de nuestras alacenas y nuestro hogar, Orix el original, Orix, Orix,
Orix, no acepten plagios ni burdas copias; y con mi infaltable Orix lavo tres
lágrimas que he derramado sobre la mesa de locución y continúo. Por culpa del
trabajo en la emisora, dejé la universidad y el mito de encontrarme una novia
de talla y aficiones espectaculares, porque apenas me alcanzaba el día para
pensar en la sustancia del programa, los anuncios comerciales y los discos que
adoraba la audiencia. Mi úlcera se volvió sangrante, pues a medida del ascenso
en el rating, sólo vivía (y vivo aún) para satisfacer la voluntad de la
muchedumbre. Escondí, tras las celdas de una voz cálida, la tortura del mal
humor, la nostalgia por los viajes que nunca realicé, la aflicción de la
soltería, la comida en platos de plástico, las dudas, el iluso título de marino
universitario. “Jimmy —me decía—, no puedes defraudarlos, tienes que mostrarte
como el hombre más simpático del país y sus alrededores, el más ocurrente, el más
elocuente, el más sabio y justo”.
Con el patrocinio de Orix, debo añadir que algunas fans de
Jimmy Marcos me aguardaron a las puertas de la radio para manifestarme afectos
y comprensiones; pero al verme tan lejano del sublime molde que construí (no me
imaginaban chiquito, con anteojos, andrajoso y calvo), partieron sin
obsequiarme una sonrisa. Actitud femenina que agradezco porque impide nexos
hipócritas entre personas distintas, y porque así nadie me sacará de la cúspide
de la soledad y de mis ocupaciones de frecuencia modulada.
Habito en los parajes del encierro que me he impuesto,
vengo al cubículo de la emisora y me devuelvo a las cuatro sombras de mi apartamento,
siempre meditando sobre la forma de complacerles, aunque poseo un hobby que me
distrae de la equívoca vocación: ¡coleccionista! ¿Reunirá Jimmy estampillas
postales, muebles clásicos o peces transoceánicos? Negativo, negativo,
colecciono pájaros con uso de la palabra, loros parlanchines que me remedan y
acompañan, aves verdes de dicción locuaz, pajarracos pobres iguales a su dueño,
y los tengo por decenas en jaulas de puertas abiertas para que no enmudezcan de
nostalgia.
Suelto nuevas lágrimas que inmediatamente limpio con Orix;
y como el programa de esta noche en breve terminará, les notifico que no habrá
otro porque el de hoy es el último, lo clausuro, lo cierro, renuncio a ser el
imbécil de 48 añicos que cuenta chistes y vende productos innecesarios, el tonto inútil que dilapidó su vida en darle
consejos a una caterva de ignorantes, el disc-jockey que pone exquisita música para
sordos sórdidos, el payaso radioeléctrico, el clown de las masas, el fracasado
con descaros de sabihondo, el comentarista de infames películas y libros sin
interés. Sí, me harté de todos ustedes, me cansé de las preguntas vacías, de
las opiniones mediocres, de atender el teléfono para escucharles grotescas
sandeces, odio la cara del director y las notas del himno de la estación, la
arrogancia de los técnicos, las encuestas preparadas, las flores de utilería, y
digo más: Orix es una mierda, repitan conmigo, Orix es una mierda, Orix mierda,
Orix mierda, no lo compren, bótenlo, desaparézcanlo, no sirve ni para lavar las
culpas de las moscas, es una mierda.
Buenas noches y hasta nunca, detestables radioyentes.
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