Entre
los más astutos y novísimos gusanos informáticos, hay uno llamado Literator que
aprovechando los deslices de los usuarios, se instala en el disco duro de la
computadora para hartarse únicamente aquellos textos de infame redacción. El
maligno espécimen (o quizás beneficioso desde el punto de vista que juzguemos
sus acciones), es enemigo de los ripios, las cacofonías, las frases hechas, los
barbarismos, las torpezas imaginativas y, sobre todo, de los lugares comunes
que tanto deslustran los idiomas; y por eso, en tiempo digitalizado, se engulle
cualquier resbalón escritural con la finalidad de suprimirlo del ordenador.
Así, a lo largo del planeta y sus lenguas, infinidad de discos duros han
quedado vacíos (y vacilantes), y la mayoría sufre en lo sucesivo de profundos
temores para el arranque, como si entendiese los alcances del síndrome.
Los
analistas de Microsoft Corporation, encabezados por la acuciosidad comercial
del propio Bill Gates, determinaron luego de años de hecatombes masivas en su
misma empresa, que el gusano Literator fue invento de un temerario joven
paraguayo (ya no tan muchacho en la actualidad), cuyas pistas se ocultan bajo
el anonimato del correo electrónico y miles de mensajes trucados. Algunas
incidencias, aparentemente vacuas, constan en los registros secretos de
Microsoft: que el hacker, por
soberbia o por falta de recursos, nunca culminó los estudios de Letras en la
Universidad de El Chaco; que pese a su inflexible voluntad, tampoco obtuvo un
premio de narrativa ni un simple accésit; que no tiene familia conocida y que
está un poco calvo –además de flaco- por
causa de sus esfuerzos cibernéticos.
Los
miembros de talleres literarios, los prosistas ocasionales, los periodistas
súbitos, los fervorosos de las redes sociales, los vates del “poetariado”
mundial, los burócratas irredentos, los novelistas prolíficos, los autores de
best-sellers y los escribidores de interminables discursos (por sólo citar una
parte de sus víctimas), no hallan cómo enfrentarse a las agresiones de tan
sigiloso germen; y en provecho de la seguridad retórica, han ofrecido una
abultada gratificación mercantil a quien encarcele el virus y a su creador (Ver
www.recompensamillonaria.com). Otros, bajo la conciencia de que tal gusano
informático debería erigirse en el gendarme necesario de los idiomas, propugnan
su libre ingreso a todas las computadoras del orbe mediante un download rápido y gratuito.
Mientras
tanto, el incógnito paraguayo, desde una selva de programas y un enjambre de ordenadores sin
marca, amenaza con extender sus troyanos
ataques de violencia soterrada a la mensajería de texto y de voz de los
teléfonos celulares, provocando un tsunami comunicacional de consecuencias
impredictibles. No sabemos cuáles mecanismos ni parámetros utilizará, pero lo
razonable es prepararnos con pulcra inteligencia y corrección de estilos para
afrontar las próximas embestidas del hacker.
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