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jueves, 25 de mayo de 2023

CÍRCULOS ESENCIALES


 

 

Las cuartillas están en su imperturbable quietud para que las ordene y remita al Concurso de Novela de la Universidad Cordeliana. Son doscientos folios que observo sin pasión, porque ya he olvidado las emociones bruscas y los excesos del sentimiento; si caemos en ellos, el corazón puede eliminar el trecho que nos queda hasta lo definitivo. Círculos Esenciales es el título de mi novela, no entiendo  cómo le coloqué  ese nombre tan insulso, pero ya  no hay retorno posible.

Necesito un trago, el whisky atempera el espíritu y sana la impaciencia y las dudas, creo yo. La Universidad Cordeliana premia al ganador con seis mil euros y una beca de creación literaria durante un año, ¡loables retribuciones en esta época de guerras y descalabros!, aunque las pesquisas a través de Internet no auguran un buen ambiente, pues la institución está ubicada sobre un risco, los habitantes de la zona comen magras sardinas para la subsistencia, llueve siempre al compás de truenos alocados y no resulta fácil asentarse ahí como extranjero, ya veré.

Mi novela contiene tres partes que de alguna forma se imbrican: la historia de un monje lascivo del siglo XIII que desflora a una ninfa y como castigo es quemado en la hoguera, el presidente electo que se suicida después de juramentarse, y de manera transversal algunas circunstancias de mi propia y común existencia. Me ayudo con la bebida para ordenar a última hora tramas y capítulos: El monje libidinoso, ataviado con su hábito monástico, deambula por los olivares mientras reza. Súbitamente ve la estampa de una ninfa, un milagro que transita a contraluz, y enseguida desata el amarre del cordel de la cintura, se levanta la sotana y despliega un enorme falo bifronte que, orgulloso, muestra a la ninfa, ella lo ve y permanece impasible.

Suena el timbre, quién puede ser a esta hora, seguramente se trata de Sara mi ex mujer. Acierto: ¡Es muy tarde!, ¿te ocurre algo? y Sara me abraza llorando entre intermitencias de hipo escénico. El monje se toca su miembro, la ninfa continúa observándolo, el viento mueve los olivos, hay un enigma en el aire, tal vez un presagio o un destino. Sara se seca las lágrimas con el dorso de la mano, quiere contarme lo sucedido en su última relación, debo escucharla aunque no me interese ni me afecte, busco más whisky. Recapitula que el piloto con quien vivía fue contratado por una empresa oscura para trasladar mercenarios al sudoeste asiático, nómina en dólares subrepticios, cambio de identidad, plazo mínimo de cinco años. Sara modula ahogos y después se tranquiliza ante lo irremediable, “Necesito tu ayuda” balbucea serenamente, yo le acaricio los cabellos.

El monje Bartolomeo se acerca a la ninfa sin esconder su tenso falo al aire, ella se mantiene en silencio, Bartolomeo la toma entre los brazos y la acuesta sobre unas hierbas, la ninfa sigue callada, Bartolomeo le abre las piernas e irrumpe con firmes oscilaciones, ella lanza ahogados gritos, su sangre tiñe el suelo, el monje antes de partir le otorga una caricia ruda.

No me gusta el mar que se extiende frente a la Universidad Cordeliana; supe de sus aguas cuando era joven y andaba por el mundo para abismarme o rechazarlo, si gano quizás no me acostumbraré a ese paisaje. Como seudónimo para suscribir mi novela escogí la frase Les jeux sont faits, evocada por Mallarmé en sus versos, y empiezo a revisar los múltiples datos personales que exige el certamen. Por cualquier sombrío deseo, Bartolomeo y la ninfa continúan acostándose cada mañana sobre la hierba lasciva, sólo los pájaros y la ventisca se agregan como testigos, el monje a veces sonríe  por el lado  turbio  de la felicidad,  la ninfa cierra los ojos y calla.

Me desagrada adjuntar en la plica mis datos personales, porque los atributos de una buena novela no deben relacionarse con el oficio de subsistencia de quien la escribió. Llevo a Sara hasta mi cama para que duerma un poco, no te inquietes, le digo, estaré velándote el sueño. ¿Siempre?, pregunta ella y empieza a quitarse la ropa. Observo que su cuerpo todavía tiene la firmeza de antes, las piernas tampoco han perdido los brillos que me atormentaban, el busto sigue idéntico a cuando se evidenció en su desnudez inicial. Como siempre, Bartolomeo y la ninfa se aparean ausentes del universo, por eso no advierten los pasos de la Madre Superiora que al descubrirlos, corre para presentar ante las autoridades religiosas los cargos de inmoralidad perversa y manifiesta. Guardias con alabardas detienen a los profanos, el Consejo Clerical les abre un juicio sumarísimo y emite sentencia: Bartolomeo morirá en la hoguera y a la ninfa, por ser menor y muda de nacimiento, se le enviará a un hospicio, ¡cúmplase de inmediato la sentencia!

Opino que las cualidades de una obra literaria nada tienen que ver con la edad del autor ni con su fisonomía, demostrables en mi caso particular con la respectiva cédula y la foto donde aparecen los bigotes entrecanos y el corbatín de lazo, pero ni modo, son las reglas y hay que obedecerlas. Beso a Sara desde las pupilas hasta los pies, como en un síndrome de pasión milimétrica, ella desfallece con lentitud, arqueándose, gimiendo, mi lengua saborea durante siglos o minutos sus ancas y delicias, Sara con gritos me aprisiona dentro de su molusco húmedo y finalmente termina en convulsiones de éxtasis; después entorna la mirada y susurra ¡Nunca dejé de quererte!

Medito dos formas posibles de leer mi novela como lo hizo Cortázar en el caso de Rayuela: conforme a la secuencia de los capítulos, o de acuerdo al orden distinto establecido en el prefacio; pero aún no me convenzo de la idea porque no soy Julio Cortázar ni Círculos Esenciales es una obra maestra. El doctor Sebastián Urquiola abandona el bufete de jurista para lanzarse a la lucha política. Al principio, sólo le prestan atención su esposa y sus dos hijos adolescentes, pero enseguida logra adeptos. Primero atrae a los vecinos, luego a los sindicatos tribunalicios, más tarde a la Alianza General de Conductores, y después a casi toda la nación, ¡es un fenómeno del liderazgo populista!

Abro otra botella de whisky escocés porque la cebada pura auspicia el discernimiento y nos aparta de las alteraciones profundas, ¡es lo que sostienen algunos científicos! A finales de año se celebran los comicios y las urnas determinan el pleno triunfo de Urquiola; inmediatamente al próximo mandatario le surgen las dubitaciones, “¿Podré gobernar este país atrasado y monoproductor?, ¿tendré el volcán de la voluntad para enfrentarme al desafío?, ¿mis compatriotas entenderán los sacrificios que se necesitan?”, un temor redondo, a manera de afasia, le impide las respuestas.

Ya no me gusta Les jeux sont faits como lema para suscribir mi obra concursante, pues pienso que en verdad la suerte nunca está echada; resuelvo cambiarlo por la expresión azar inmóvil, que atribuyen a Rudyard Kipling y con la cual él definía al libro, ¡ojalá una buena estrella me acompañe! En la oportunidad de imponerle la banda presidencial, el doctor Sebastián Urquiola llega al Congreso, tres diputados lo aguardan para acompañarlo hasta el sitio donde el senador más vetusto lo ungirá con los respectivos honores, una coral de firmes voces entona el Himno de la Patria; en su turno protocolar el ya excelentísimo don Sebastián Urquiola despliega las páginas de su discurso, pero apenas logra leerlo porque tiembla y confunde sustancias y conceptos, “¡pleno desempleo para el pueblo, siembra de los santos óleos y petróleos, guerra a los latifundistas del minifundio!...”

Mañana es la última oportunidad para enviar mi novela al concurso, necesito enmendarle algunos detalles aunque la fatiga me agobie, por fortuna Sara sigue durmiendo, así no tendré que escuchar sus lloriqueos sentimentales ni los comentarios acerca del piloto sin nombre. El Presidente Urquiola vuelve al hogar con punzadas en el cráneo y muchas angustias en forma de mareos rotundos, los invitados alzan las copas de champán, todos quieren felicitarlo y agasajarlo, Urquiola se disculpa en tono casi inaudible, ¡perdonen, debo ausentarme un momento! Entonces da pasos calculados hasta la biblioteca, del escritorio saca el revólver junto a un libro de Cicerón y dice otra vez “lo juro” antes de cometer su propio magnicidio.

Según un antiguo hábito, siempre releo mis novelas como si fuese otra persona para formarme un criterio objetivo acerca de ellas, o sea, ajeno a la ardorosa pasión; y en esta oportunidad tampoco quise esperar el dictamen de los jurados sin mi veredicto previo. En compañía del buen escocés sobre las rocas, me dedico durante algunas horas a la lectura de Círculos Esenciales, desprovisto de sentimientos de adhesión literaria o de vínculaciones autor-obra, y el resultado ¡malhereusement! no es en mi beneficio. Hallo una novela enjuta y contradictoria, con enlace de temáticas tan disímiles como impropias en el tiempo, personajes apenas dibujados y una casi inexistente tensión narrativa. Además, pienso que los sucesivos lemas para firmarla son engreídos y jactanciosos, por su alusión a autores de eterna presencia que nada tienen que ver con lo escrito por mí. Siempre me sucede lo mismo: poseo seis novelas escondidas en el último tramo del archivo que nunca remití a los certámenes literarios por estos miedos finales que me embargan, páginas que alguna vez rescataré para la posteridad. En el caso del concurso cordeliano, también he desechado mi participación porque de obtener el premio no me sentiría a gusto viviendo frente a un hosco mar tormentoso y comiendo sardinas para resguardar la subsistencia. Es posible que mis confusiones se deban a la ayuda diaria que recibo del alcohol, pero sin embargo ya no resulta factible apartarla. Hoy por suerte de los hados no estoy solo para condenarme; sobre la cama se encuentra la desnudez de Sara, aguardándome.

                                                             

 


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