Desde la cama y a las once de la noche, un monstruo de nueve años me ruega a gritos que le cuente un cuento. El monstruo que lleva mi mismo nombre, usa lentes contra la miopía y razona con palabras de cuarto grado, es, por supuesto, mi hijo. Recuerdo en ese momento, un grafiti que vi rugir en los muros de la Universidad: “Los niños son locos chiquitos”, y recuerdo también la modesta proposición de Jonathan Swift: sacrificar a los párvulos para vender su carne a personas de calidad y fortuna. Como por motivos de solidaridad familiar no me es posible encerrar al pequeño en un establecimiento psiquiátrico, ni ofrecer sus costillas en remate público, le refiero una historia moderna basada en cuento antiguo:
Literatura, naturalezas casi muertas, sutilezas vivas, palabra de humor, futuros en retroceso, adivinación de pasados, presentes insolentes, truécanos, retruécanos, erotismo, derrotismo, y de todo una pizca como en la (in)humana globalización actual.
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jueves, 27 de julio de 2023
sábado, 1 de julio de 2023
GLORIAS DE TRASPATIO
TRES LUSTROS DE NO VERTE
Yo te espero en esta esquina rosada, tal y como lo acordamos hace quince años de cuentos, quince años de mucho correr los puentes sobre las aguas; “a las cinco en punto del futuro”, dijiste, y aquí estoy, con mis rigurosos cabellos de etiqueta blanca, mi paltó cruzado de tormentos, un cigarro sucesivo en la mano diestra de nicotinas, meditando —durante miles de olores y recuerdos inteligentes— lo que habré de referirte. He desechado, por familiarmente obvia, la exigua relación de mis afanes de escritor: la novela que se achicó primero en nouvelle y después en relato brevísimo, los artículos semanales (y luego esporádicos por orden del orwelliano jefe de redacción), los poemas tan concentrados como una japonesa sopa de letras; y he desechado también, quizás a la luz de una sombría timidez, el recuento innecesario de muchas noches de mujeres filantrópicas. ¿Qué decirte, además del “hola, ¿cómo te encuentras?" ¿Qué episodio real y maravilloso trasmitirte en lengua barroca? ¿Cuál de mis intentos fallidos te resultará de menor aburrimiento? No sé, pero tendré que apelar a las neuronas imaginativas, hemisferio cerebral izquierdo, segundo axón a la derecha (como los baños de los bares).
HOTEL ASPASIA, EN EL CENTRO DE TUS ARDORES
Vives y te desvives en el Hotel Aspasia, ubicado por los perversos dioses de la ciudad entre dos calles sinuosamente imperfectas. El local ya no tiene anuncio de neón ni alfombra con arabescos para atraer a la clientela: ahora su solo nombre, pronunciado bajo la malicia de cualquier deseo, sirve como tarjeta de presentación en el mundo de las entrepiernas y los alaridos. Goce a precio razonable (si el usuario lleva la carnada), techo con goteras para despertarse en el juicioso momento de partir, auxilio de hielo rápido para el caso de alcoholes clandestinos, libertad sin límites como eslogan del hospedaje, y aviso irrebatible “Todo en efectivo, no se aceptan tarjetas”.
Tú, Baldomero Montoya o Baldomero a secas y a rastras, llegaste a Caracas una noche de aguaceros diluviales hace algunos lustros. Bajo el temporal, pensaste en regresarte a tus montañas de los Andes, llenas de perros afables y hortalizas perfectas que semejaban propagandas de la naturaleza rural, pero de inmediato una voz interior, o sea, la misma tuya aunque en tono de drama ingenuo, te ordenó proseguir el rumbo. Y mientras caminabas hacia el inicio del destino, ataste los cabos de la propia confabulación.
LA GUERRA DE LOS CIBERPOBRES
John González, chicano con muchos años de supervivencia en Gatesville, se despertó por compulsión del microchip memorizador que tenía bajo la almohada. De inmediato, el cable maestro accionó el eje electrónico para que cuando González se levantara ya estuviese a punto su concentrado alimenticio: seis pastillas de proteínas, una redondez vitamínica y un brebaje de emulsionadores.
BOLERO DE ÚNICA MUERTE
UN SIGLO DE AUSENCIA
El general Salustio Monsanto siente que la muerte lo recorre con tozuda suavidad, como una fiebre antigua, como una culpa sin prestigio, como un ardor seco. Y mira, ya irresponsable frente a la vida, aquella habitación que hoy (–por fin hoy, Salustio–) ha sido toda suya. Está en las alturas del bar Un Siglo de Ausencia, moribundo dentro de la música, solo, acompasadamente solo. Abajo, un bolero impone las congojas: sabio despiste de una coartada milimétrica; y las prostibularias recorren las mesas repartiendo besos y faramallas, “¡que no pare el ritmo!”, “¡que la rocola reviente, que la conga sea de abuso!”. Salustio ve el uniforme sobre la silla, y se avergüenza de su mortuoria desnudez. Jamás pensó partir así, sin estruendos militares ni trompetas tonantes que anuncien la despedida de un General-Ministro de la Defensa, “firrrmes”. En cambio, escucha a la putería en desborde, vivificadora de las madrugadas, absoluta ingle del alcohol.
Cuando llegaba al bar, las puertas se escindían para recibir sus malalientos de nocturnidad. “Rumba y whisky hasta el amanecer, el toque de queda lo dicto yo”. Y los mesoneros, sí, señor, mande usted, mi general; y las mujeres petulando escotes para que su agria mano con sortijas les tocara pezones profundos, “qué rico, comandante, ¿subimos?, ¿me voy contigo esta noche?”. Sus ojos maldicen el inventario del cuarto: la cama meretriz, el balcón clausurado, la cortina plegable para disimular los detrimentos del baño... Muchas veces estuvo allí, pero no con Márgara, “la Luna”, porque ella le fue distanciando la inquietud –“hasta hoy, Salustio, hasta hoy”–.
MENTIRAS TUYAS
Hoy se cumplen dos años y un naufragio de conocerte, o seis eternas magnolias al lado de tu retrato, o diez por diez exilios de mí mismo, o varias artritis en la voluntad por motivos que guardo con pasión. Suma y sigue, querida. Llegaste bamboleando las caderas dentro de aquel kimono fucsia que irradiaba minutos expectantes; y yo, a la luz de la oscuridad, agucé las dioptrías para verte mejor, ¡inquieta ballena erótica de las playas del Caribe!
Conocerte es un decir porque en esa fecha empecé a desconocerte, pues tu identidad significaba el enigma de los faraones y la popelina egipcia, el eslabón más antiguo de los siglos, la última gota de duda en el desierto de mis neuronas: un día afirmabas con todos los yerros que te llamabas Paula, y al siguiente te ponías loca extrema si no te mentábamos Ifigenia. Absoluto modelo cortazariano para desarmarnos, animal sietevidas, oráculo del pretérito imperfecto.