LE DISPARÓ A SU MARIDO PORQUE LA LLAMÓ POR
OTRO NOMBRE (Diario Actualidades)
No siempre fue así: los años aderezan los
entuertos.
Como la vida parodia a las telenovelas, aunque algunos sostengan lo inverso, Romelia y Damián se conocieron en una estación de Metro cuando la energía eléctrica, discontinua y aleatoria dentro de los sótanos del Tercer Mundo, se largó por quince minutos. La muchacha, quizás con fingido nerviosismo, soltó dos gruesas lágrimas no exentas de rímel marca Revlon; y el joven, quizás con tramposa cortesía, se le acercó para ofrecerle un pañuelo sin sello de fábrica. Romelia, que en esa época no usaba lentes al aire, lo precisó a través de unos ojos nítidos y amarillos; y Damián, que en ese momento esgrimía un bigote fértil, le sonrió como el D´Artagnan de la estación Capitolio y la invitó a un café. “No sé si pueda porque es tarde”, dijo ella en tono de duda afirmativa; “Un rato nada más y te suelto”, respondió él pensando estrictamente lo contrario. La ciudad ostentaba una especie de crepúsculo escenográfico, diversas músicas competían por el Guinnes de los mayores decibeles, los semáforos se atragantaban de centenas de autos: nada nuevo bajo el cielo de Caracas.